domingo, 27 de mayo de 2012

Yo escribo a lo chillanejo.



Calle Arturo Prat esquina Isabel Riquelme y por los parlantes de la Feria Libre del Mercado de Chillán se escucha los nombres de las candidatas a reina de la “Fiesta de los comerciantes del mercado”. Los aplausos de algunos locatarios del sector no demoraron en caer y los comentarios se mueven más rápido que el “cabro” que lleva el saco de papas al último local del mercado. “La Magaly tiene que ganar hueón oh” dice un vendedor de cebollas mientras empaqueta en una bolsa de plástico el ingrediente restante para el almuerzo de una conciudadana. Se vive alegría y vitalidad en este lugar, existe una confianza que te hace sentir un invitado a su propia fiesta, a la que viven a diario cientos de locatarios de Chillán.
Seguí mi camino para luego entrar al Mercado Techado de Chillán, en donde los amantes de una buena parrilla dieciochera se deleitan con las renombradas longanizas de Chillán (aunque algunos dicen que las verdaderas están en San Carlos, ojo) las cuales se encuentran en el lugar más importante de la vitrina para que los turistas estén conscientes en que ciudad están, aunque es imposible equivocarse. Una melodía folklórica repleta el espacio vació que podría ocupar el silencio, mientras el movimiento de una mano te invita a degustar un inolvidable almuerzo. “¿Quiere almorzar? Tenemos humitas, longanizas, pastel de choclo” se escucha una y otra vez mientras el olor embarga la esencia del lugar.
El próximo destino es la Catedral de Chillán, símbolo de los creyentes católicos y postal de nuestra ciudad que esconde en su historia la memoria de un pueblo devastado por uno de los terremotos más destructivos de los que se tenga precedente.
Con diario bajo el brazo tomo asiento frente a ella y tras un profundo suspiro, como si una declaración de amor se aproximara, comienzo a leer el periódico que en su portada tiene el titular: “Chillán entre las peores ciudades para vivir, trabajar y visitar”. El anuncio es un golpe en la boca del estomago que busca quitarme el escaso aire puro que resta en esta contaminada ciudad. Comienzo a leer, analizar esta situación y ver la relación de mis sentimientos. ¿Cómo puedo amar a una ciudad que es tan deficiente en factores fundamentales como condición laboral, salud y medio ambiente?
El cuestionamiento se encontraba en el dialogo silencioso que llevaba con una cruz inmóvil de treinta y seis metros de altura plasmada de simbolismos como el recuerdo de los caídos, la presencia de un pueblo en pie y el comienzo del surgimiento como ciudad.
A estas alturas ya había encontrado la respuesta de mi duda: No amo esta tierra porque sea la mejor, sino porque la complicidad existente es irrenunciable, yo pertenezco a ella y ella necesita de mí. El desarrollo de esta ciudad se encuentra en mis manos, en nuestras manos y la responsabilidad como ciudadanos es hacer de ella una mejor localidad para convivir. Y si Violeta canta a la chillaneja si tiene que decir algo, a lo chillanejo viviré por el resto de mis días porque la madre y la tierra no se olvidan, se llevan consigo hasta el último latir.



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