lunes, 27 de febrero de 2012

Quien madruga, el mar lo ayuda.

Desde los orígenes de los tiempos los pescadores se embarcan en sus buques de sueños para navegar por las turbulentas aguas de la esperanza. Se adentran en lo más profundo, sin la compañía ni del sol, ni del resplandor de la luna, es la fe la que los guía para rescatar desde las entrañas de las profundidades el sustento para un nuevo día.
Así fue como me guíe una mañana, con la esperanza de una compañía que me llevara a los más profundo de mi ser, respondiendo las preguntas que se presentaran en los pasos sin rumbo que me embarque. La soledad grita compañía, y es ella misma quien se queda conmigo, éramos el uno para el otro.
Mirar el fondo del paisaje marino es la disyuntiva más estúpida que pude poner en mi mente, era eterno a mis ojos los que veían como toda embarcación se perdía visualmente, sumando a esto que mis anteojos no estaban presentes. Tal como aquella embarcación que iba en busca de sustento, las aves deambulan al igual que yo, por las orillas de la playa. Su plan era esperar el resplandor del sol para luego ir en picada a besar a los peces que se asomaban en el mar. Esperé y esperé para comprobar si la misión de estas atrevidas aves finalizaba con éxito o morían en el intento.
El primer rayo solar apunta directamente hacia el fondo del paisaje, en donde un humilde barco luce sus redes tras una exitosa jornada. Solo quedaba esperar el actuar del plumífero, quien se preparaba para su fechoría romántica.
Abre sus alas, y va por su primer intento el cual resulta fallido. Al parecer el navegante escamoso es muy escurridizo o quizás el hambriento ave necesita de un nuevo rayo del sol.  Deambula por los aires preparando la próxima embestida la cual concluye con un ósculo apasionado y lagrimas en los ojos del navegante de los aires.
Tras ser espectador de una emotiva hazaña, me acerque a consultarle a esta ave cual fue la clave de su exitosa actuación. Ella me indico el sol, el despertar, el nacer de un nuevo objetivo… ” despierta y donde apuntes, ataca”.
Seguí caminando por las orillas de la playa, arrancando a veces de las pequeñas olas que arremetían con viveza a mis pies. De pronto, se me acerca un pescador y humildemente me mira en busca de unas palabras. El me dice: ” ¿Que hace tan temprano y en soledad joven?” y yo le dije : “Quien madruga, el mar lo ayuda señor”