domingo, 20 de noviembre de 2011

Estamos en la "B"

No soy un hincha enamorado de los colores de una camiseta, ni menos medallista por saltar en el tablón, pero soy un amante del fútbol, exigente con el trabajo dirigencial y respeto lo más importante: el balón y la alegría que el esférico contagia.
Este ultimo punto es donde dirijo mis dardos, donde centro mi ira y mi malestar. Es inaceptable que este deporte tan hermoso, que estipula un margen de noventa minutos para un vaivén de incertidumbre y júbilo, se vea empañado por una nefasta administración reflejada en el campo de juego. Cuando hablo de esto me refiero tristemente a lo ocurrido este domingo en el Estadio Nelson Oyarzun, donde el llanto fue amargo y el grito de gol fue bruscamente modificado por un grito desgarrador cargado de impotencia.
Quizás el problema sea ser un hincha enamorado, pero estos sentimientos no se controlan y nacen desde lo más profundo. Es por este motivo que limpio de toda culpa al romántico del bombo, a la dulcinea del lienzo y al príncipe del extintor que tiñe de rojo los coliseos.
Entonces es culpa de los jugadores que no “mojaron la camiseta”, pero ellos son simples piezas de ajedrez que son estructuradas por el estratega, además su rendimiento está totalmente condicionado por su edad, exigencia física explotada por el cuerpo técnico y por sus metas personales. Es por esto, que libro de toda culpa a estos “peones” del balompié.
Siguiendo el orden jerárquico de culpas, nos toca acusar al siempre cuestionado y culpable de todos los fracasos, el DT. Pero a cuál de todos culpamos? Es mejor no recordar sus nombres porque ellos en mi juzgado del fútbol quedan libres, sin pecado ni penas que pagar.
“Que se vallan todos, que no quede ni uno solo” es lo que canta el clamor popular de una hinchada dolida por la debacle. Dolida porque la garganta en este deporte no se utiliza para llorar señores, se utiliza para cantar, alentar y gritar el éxtasis del gol. Porque la hinchada no sabe de acciones señor Kiblisky, no sabe de reducción de costo y alza al precio de una entrada; ellos solo aprendieron a sumar las veces que el balón besó la red, contabilizar los “oles” que bajan desde la “galucha”, memorizar el esforzado movimiento de un peón que nada contra la corriente propuesta por una jerarquía corrupta.
Señor Kiblisky y sus secuaces, que transformaron este sentimiento en una banca rota, son a ustedes a quienes emplazo por eliminar de sus prioridades el espectáculo, los sueños y llenar de avaricia sus arcas. Ante el fracaso ustedes arrancarán, pero las lágrimas constructoras de nuevos sueños quedarán en la galería norte del mítico para saltar junto al tablón en las nuevas batallas.

Yo no soy hincha de un color, pero de algo estoy de acuerdo con ellos: “La pelota no se mancha”.

Arriba Chillán y Ñublense.



No hay comentarios:

Publicar un comentario