miércoles, 12 de septiembre de 2012

La fiesta ajena en propia tierra.


Diez de la mañana; una “china” y un “huaso” pasean del brazo con miradas cómplices. La señorita con un murmullo oculto en un pañuelo logra una sonrisa de su acompañante mientras los aplausos de quienes los rodean van a la par con el sonido de una guitarra criolla.
“A mi no me gusta la cueca mamá, es tan fome la huea’ “, menciona un joven desencantado y mareado con los aplausos de los asistentes al acto folklórico. “Dan puras vueltas hueonas que no quedan en nada” agregó el joven, que definitivamente no se sienta a gusto. Y así sonaron cuatro canciones; doce vueltas y seis audífonos que vuelven a su lugar.
Atuendos en una perchera para dar rienda suelta a los jeans apretados a la cadera; las chupallas brillan en ausencia tras la presentación de los jockeys “NY”, mientras un polero neoyorquino camina rumbo al centro comercial a comprar dos “Big Mac” con doble queso. Si amigos, la fiesta de disfraces había terminado y todo volvía a la normalidad.
Y digo normalidad lamentablemente porque las tradiciones chilenas son tan ajenas que solo son recordadas cuando el calendario y las promociones de carne de grandes cadenas de supermercados nos recuerdan que estamos en Septiembre. ¿Nos sentimos cómodos teniendo estas costumbres chilenas o simplemente es el “merchandising patriótico” que nos conmueve y nos para los pelos?
No somos más que una mezcla de lo que no somos, esponjas de culturas ajenas que dominaron y desplazaron lo que eramos. Que en una fonda se escuche reggaeton, cumbias y axe moderno, no es casualidad.
Disfrute estos días como usted se acomode, pero no por amor a la patria y sus tradiciones, que de eso ya poco (nada) nos queda, una pena.


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