martes, 2 de octubre de 2012

Sin banderas ni calendarios.



En épocas electorales surgen las diversas opciones que un candidato tiene para convencer a la ciudadanía de ser el quien asuma la responsabilidad política de la comuna que representa. ¿Su objetivo final? La no despreciable (o despreciable en algunos casos por ser la única forma de participar en la denominada democracia) acción de una raya que acerque al postulante al municipio. Pero tras ese proceso electoral, ¿Donde se ubica la ciudadanía? Lamentablemente bajo el amparo de la representatividad  tan cuestionada en la actualidad.
En reiterados años, desde el régimen militar hasta los gobiernos de la Concertación, nuestro sistema educacional excluyó paulatinamente de sus enseñanzas la educación cívica en donde el individuo comprende la función que debe cumplir dentro de la sociedad como un agente activo de cambio y no asumir de manera plena los cambios impuestos por sus gobernantes, desarrollando así un análisis crítico de la democracia presente. Es desde entonces que las generaciones dan un paso al costado entorno a los derechos y deberes que cargan siendo miembro base de la jerarquía política de una democracia.
En elecciones seria necesario evaluar esta situación, que los candidatos dejen de lado sus “campañas publicitarias” en busca de tan solo una raya  y que comiencen a desarrollar ideas que comprometan a la ciudadanía a ser miembros activos y constantes de los cambios necesarios que la ciudad requiere para su desarrollo integro.
Que la política no quede en manos de un puñado de ciudadanos sino que sea parte de la conciencia colectiva que responsablemente desarrolle los temas abordados en la comuna. Sin banderas ni calendarios se destapan las ideas y los debates.


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